La línea corría totalmente sola y se perseguía a si misma sobre sus pasos. Casi inútilmente se iba transformando en una especie de composición interminable, de historias y visiones de puro vicio inocente y nada más. Un ritmo, tic, tac, tic, tac, tic, tac. Idéntico, fastidiosamente idéntico. Hasta se podría decir que aparentaba de obsesiva y neurótica en su actitud paranoica y retrotraída, ya que no era más que ella sola, dentro de un angosto terreno infinito por donde podía correr sin límites todo lo que se le diera la santa gana y sin que nadie la juzgara, o peor aún, prejuzgara.
Pero claro, debería correr siempre en la misma dirección, no podía de ninguna manera transgredir con el orden de los sentidos establecidos. Por lo tanto, corría sin la posibilidad de tener decisiones propias favorables, se daba cuenta de que la condena ya se regodeaba de su existencia antes aún de que pudiera llegar a correr hacia otro lado. Era un sentencia previa a los pensamientos, un angosto túnel sombrío capaz de leer la mente abstracta de la línea y condenarla, como ya fue dicho, antes de que ésta pudiera siquiera tomar una decisión que quebrantara la ley de orden establecido, ese mundo monótono, esa cárcel de locos.
Sin nombre, pero existente en ese lugar, era el mismo caso de un rombo que permanecía casi ignorando la cuestión, dentro de un círculo, y que a la vez poseía en sí mismo a ese círculo anterior; y así, sucesivamente hasta perder el sentido de la simple vista y perderse en un punto negro, o azul opalino. Se convertía consiguientemente, como es fácil imaginar, en un hoyo más negro que el anterior y en una obviedad que llevaba sin excepciones a un final de desaparecidos. Un terrible e inquietante misterio de línea en su peor fracaso de exiliada, y que llevaba la forma
-para explayarlo de manera simbólicamente lógica- de un tonto signo de interrogación.
“No está, desapareció”. Sin embargo la línea corre y corre, por ese túnel angosto y cada vez más negro que la esconde más y más de ese halo de luz proveniente de sus pensamientos propios. Lúcidos o fantásticos, racionales o surreales, inocentes o culpables. En fin, esos conceptos pueden llegar a ser observados como inevitables antagónicos, sobre todo los últimos dos. Pero que quede claro, eso sucedería en el mundo real. Aquí por el contrario, son fieles identificables al mismo calificativo de inservibles. Sin absoluta importancia en este lugar angosto, oscuro y sin nombre, por donde todavía corre esta línea cansada, siempre en una misma dirección y dale que vá.
Es la idea pura de volver atrás, volver a regocijarse en esa
cama vieja y aplastar los sueños en esa almohada de pluma
de ganzo. La cuál te dobla la edad y todavía reserva las
manchas de saliva de tu padre o tu tío, en aquella época
en que todavía se babeaban de sus sueños infantiles.
Regresar a los patios en los cuales la sombra risueña que
los cubre pertenece a una enredadera vieja también, tanto
como el limonero del que sacás jugosos y exuberantes
limones brillantes de amarillo, antes del almuezo, para
exprimirlos con la mano por sobre un trozo de carne frito.
Porque es más sano, y así la comida no cae pesada.
Pobre estómago de nutricionista, qué será de él, sin las
milanesas de la abuela, o el tuco de la tía, o las vainillas
de la bisabuela. Qué será de las casas sin una enredadera.
Esas que poseen paredes. Y no al revés.
Esa savia blanca que adorna el interior de los
árboles del fondo.
Qué será de los bancos en las veredas de las casas hechas
a mano, sin esa glisina que adorna la sed del frente de esa
misma casa. El jazmín que huele a sexo virgen de mujer,
y la rayuela que dibujaste ayer para saltar de la tierra al
cielo y del cielo a la tierra.
Ese juego que te lleva y -si tenés suerte- te trae de
regreso, hacia la tierra. Hacia el calcio impoluto de tus
dientes de leche.
Y si la noche te escupe la cara a estas horas, debe ser porque
no hiciste las cosas del todo bien. Hoy podrías estar sentado
frente al Jardín con esa Mon Cherie, esa mujer a la que
espantaste de manera rotunda con historias de vias secas
y paredes ensangrentadas. Pero sin embargo estás más solo
que la luna y la noche te escupe la cara con sabor a perro
muerto, a osamenta tirada al borde de la ruta que todos
ven y nadie recoje. El cielo raso te aplasta sin pedir
permiso y la boca te sabe a tierra estancada y tenés ese
gusto salado en los labios que te queman y te sangran cada
vez que intentas humedecerlos con la lengua que también
se te seca a estas altas y desesperantes horas de la noche.
Sentís que el zapato se te hunde cada vez más en la mierda y no podés descifrar el color de lo que buscás. Las baldozas de tu dormitorio se metamorfosean en arenas movedizas y se van tragando de a poco -para que lo veas claramente- todo lo que suponés vale la pena en tu vida: los libros de cuentos y ensayos que cada tanto hojeas y que permanecen inútilmente tirados al costado de la cama; las estanterías llenas de telarañas que guardan recuerdos de un futuro que no fue; la mesita que sostiene la máquina de escribir de tu abuelo, que ya casi nunca usás; el orden infausto de tu cama tendida con diez centímetros de frazada a cada lado, y la almohada a la que perfumás con la gracitud de tu pelo que no lavás hace ya una eternidad.
Qué es lo que falta en el calendario que cuelga de la pared
oscura de ese hoyo tuyo. Ese hoyo negro y repugnante al
que llamas dormitorio y que te sacude las vísceras en la
mitad de la madrugada, cuando despertás de esas pesa- dillas frecuentes que tenés vos, todas las santas y asquerosas noches. Qué es lo que te da miedo si a fin de cuentas la tragedia ya pasó y la noche ya te escupió la cara y la boca te sabe a mierda y los labios te arden como volcanes en erupción. Qué te falta para morir en Paz, si no hay nada que te haga recordar el dulce aroma de las flores y te haga sonreir con las palomas en libertad.
Qué es... pues debe ser la poesía que todavía duerme adentro tuyo como un dragón entumecido esperando que lo despierten de un flechazo. O como un par de montañas escondidas atrás de la selva. Como un conjunto de camuflajes intensos que te pudre la garganta en un do re mi. Cuando la noche te escupe la cara y queres devolverle el escupitajo y no te salen más que mounstros y demonios por la boca, y por la nariz un vomito
espeso y verde de estómago vacío.
Qué será lo que te impide clavarte un fierro en las venas y ver fluir ese río de sangre oscura que te va manchando la camiseta y el pantalón mugriento que no es ninguna obra de arte. Y verte desangrar de a poco, si, con el placer de saber que no vas ya a volver sufrir. Y sentír que todo se termina y descubrir como la boca se te va ablandando y el vomito ya ni siquiera se puede oler. Y la mierda en el zapato ya no importa porque el infierno es para los descalzos. Y el whisky que durmió por décadas en la alacena casi vacía, ya nunca va a volver a terminarse. Y sobre todo, porque nada de todo eso, va a existir si eso pasa. Todo va a dejar de ser, para convertirse en un solo baño de sangre que no te dejaría volver atrás ni
aunque quisieras.
Y de repente, incapaz de moverte por la debilidad que te causa la falta de sangre en el cuerpo... morir para ir al
infierno, no te conforma. Para ese entonces, hay una
Como esa ocasión en que la llevé a un museo público, que además era de muy buen contenido en materia de obras. Algo muy extraño ya que casi desde los comienzos de la historia, lo mejor es para algunos pocos privilegiados. Pero eso no importa ahora. Horas, horas nos pasamos frente a ese cuadro de Pollock, e increiblemente nuestro cuerpo no nos pedía clemencia por cansancio. Es de no entender cómo un montón de pinceladas pueden afectar de tal manera a la mente y espíritu humano, y llegar tan lejos adentro de uno mismo. Como si un meteorito se abriera paso en el mar, hasta llegar al fondo del asunto, donde todo parecía estar calmado, pero a la vez, no dejaba de sacudirse como en un típico movimiento de placas continentales.
Todo lo que había pensado acerca de esa mancha oscura sobre el respaldar de su cama, se terminó esfumando de un momento a otro. Aunque es errado decir que se esfumó del todo, en realidad simplemente se trasladó por sus propios medios hacia otras formas de metodología abstracta. Y digo esto porque el testimonio del hombre, me confirmó la existencia de concepciones lógicas acerca de las capacidades físicas y mentales de dicha mancha. Él mismo le había puesto ya un nombre, que supuestamente “Ella” le había confirmado en un sueño. Era ya casi como una persona, un ser normalmente físico que lo acosaba cada noche que dormía a su lado, o encima de él, cada bendita noche. Le respiraba sobre los párpados cerrados y le cubría el pecho con húmedo y asqueroso musgo contaminado.
Al principio, o mejor dicho cuando la mancha todavía era bastante pequeña, él creía que por el tamaño semejante, ésta no tendría más fuerzas de seguir viajando a través de la pared, para continuar con su invasión habitacional, pero se equivocó. La mancha se hacía cargo de su existencia y cada noche mientras el pobre hombre era vencido por el sueño inevitable, estiraba sus largos brazos de verdín y se montaba sobre cada centímetro nuevo que lograba invadir, con esas uñas de sarro y esos dedos de polvo entre los azulejos. Así iba creciendo, minuto a minuto.
Se infiltraba en sus sueños, lo manipulaba, lo poseía, no lo dejaba pensar en otra cosa. El hombre, pobre, terminaba siendo la mancha misma, observándose a sí mismo desde la pared y teniendo un gusto repugnante en la boca por momentos. Por ver simplemente cómo se sentía el miedo y la paranoia de su propia expresión, en el aire, desde los ojos de la mancha, o de sí mismo.
En un par de respiros se habría podido notar el ambiente apocalíptico que yo sentí ni bien abrí los ojos, tirado en medio de la calle. Pero no le prestaban atención, porque algunos miraban amanecer el cielo, sentados sobre sus
manos para que el aire helado no les cortara la piel. Otros bajaban las banderas dentro de un taxi, y otros menos se iban a dormir desin- teresados del tiempo. Había sucecido hacía no más de media hora y ya todos parecían haberse olvidado. Eran como satélites inútiles
y abstractos. Pero así como el hombre le encontró utilidadal que luego llamarían "luna" -tal como lo podrían haber llamado Jacinta- yo me hice cargo de mi modesto ingenio y les puse nombre a cada uno de todos los seres que me iban rodeando sin saber para qué. Hasta que llegó uno, al que no le pude poner nombre alguno... Y en un segundo, salieron un par de alas púrpura, por detrás de su espalda.
Miré mis manos, y estaban bañadas en sangre.
Ese ser no tenía nombre, simplemente venía para llevarme.
* * *
Todos los derechos reservados
(si te molesta no entres)
Era como sentir el calor interno de un cuerpo cercano.
Como cuando abrís los ojos a la mitad de la madrugada
y te encontrás con que a no más de veinte centímetros
de vos, duerme un ángel de tonos sepia que respira
lentamente y te recuerda a un arruyo similar al de cien
gorriones volando. Lo idolatrás, lo sacralizas como un
tesoro azteca o esa bufanda roja tejida que usaba tu
abuelo. Y lo amás porque es un respiro eterno donde
cada partícula de oxígeno se transforma en huracanes
limpios atravesando los pulmones y cada conducto
dormido hasta llegar a esa nariz perfecta del ángel, y así suicidarse en una muerte dulce contra las sábanas de
perfumes amarillos y matices cálidos.
Es absolutamente innecesario calificar al cuerpo cercano,
para mí es un ángel, para aquel que no cree en los ángeles
puede ser un enjendro imposible, y para vos puede ser
tan solo una mujer joven descansando después de un
día pesado. Es simplemente el calor de un cuerpo cercano.
Estar parado frente a la cornisa de un volcán sin la mínima
preocupación de caerse a su mar de fuego, y de espaldas. Porque no es este un fuego que queme malévolamente, o al menos eso parece, y qué más te importa.
Es un fuego tranquilo, de letargo puro, de golondrinas a punto de salir volando hacia su nuevo e interminable destino. Observar el desorden de la habitación y que no te importe, o simple-mente observar los ojos cerrados del ángel y disfrutarlo igual que una poesía fresca de lunes por la mañana; mientras lees el diario y revolvés el azúcar del té. Enamorarse sin apuros de
los cabellos que no son dorados sino púrpuras y querer hundir tus manos en él. Aunque no podés, porque el ángel se despertaría y eso es lo que menos esperás. Porque después de un día pesado, lo único que querés es dormir un poco y soñar con un ángel que te acompaña cada noche y que al amanecer, ni bien se despiertan los álamos y los picaflores, te mira con una sonrisa de mares y te dice despacito...
“Te amo. ¿El té lo querés de durazno o de manzanilla?”.
* * *
Todos los derechos reservados
(rastreo de url activado)
El que decida escuchar el audio que se encuentra al norte de estas letras, puede hacerlo, pero bajo el propio riesgo de su integridad cerebral...
Lorem Ipsum
Por una inevitable característica del espacio, debo aconsejarlesque para una visita más cohesiva por este sitio, accedan al archivodel mismo, (el cual se encuentra por debajo de estas palabras) para poder comenzar por las entradas más antiguas.
De modo contrario, deberán hacer su lectura de atrás para adelante.