>> lunes, 24 de agosto de 2009



Siempre imaginé que el   
Paraíso sería algún   
         tipo de biblioteca   

                    J. L. B.  

   
           * * *        

       
Es una mera cuestión de lirodicracia. A veces parece 
funcionar y llenar facilmente los 6 sentidos, de la forma 
más cosmogónica e imperfecta. Pero eso de inventar 
ingenuamente palabras con la menor fricción entre 
letra y letra, por el solo hecho de crear algo, es tan solo
una cuestión de estúpida y aberrante lirodicracia. 
Como un esqueleto sin bisagras, o un pájaro escondido 
de la sombra de su propio nido. Un aburrido manto de 
sonidos antifonéticos imposibles de producir con la lengua 
y los labios separados. Esa especie de concepciones 
literarias abyectas... cómo decirlo, esa raza de palabras
que salen desde la garganta y atraviesan todos los dientes 
y todos los relieves de la boca. Pero engordan tanto a cada 
paso que dan, al punto de crecerles el ego de tal manera 
que justo antes de llegar a la puerta de salida explotan como 
si fueran un pomo de dentífrico apretado con la peor de
las furias. Ese tipo de invensiones, sin duda, se van 
transformando asquerosamente en relaciones infaustas, 
como la del guante de lana y los dedos fríos de la mano. 
Pegados, pegajosos, como la definición y la letra muerta, 
el foneatra cansado y el significado fundido por la 
actitud cohersiva de la estética pura. Como una radio vieja 
con el dial en la estación de tangos y un borracho que 
canta parado sobre la barra. No es más que la relación 
infausta de dos cosas que podrían abarcar una sola palabra,
pero que sin embargo se necesitan miles de ellas para 
describirlo y que el cerebro lo entienda.

A saber. Todo está relacionado. Pero es poco interesante 
sentir a una gota de lluvia si no tiene un pedacito de tierra 
donde caer. Llenarnos en ese instante, de toda su libertad.
Ese instante en que la gota misma se desprende de cada 
molécula que la encarcela y así irse acostumbrando a ser 
espíritu libre; el momento en que estalla sobre el suelo 
y se hace miles de gotas más, microvisibles, imposibles 
de ver y sentir. 
La gota es generosa y quita la sed de la tierra, pero la tierra 
es más generosa aún, por darle un lugar, un límite, a esa 
gota que de lo contrario, hubiera tenido un viaje infinito
hacia el descenso impredecible, y nunca hubiera podido 
ser libre. Pues la eternidad no es más que una cápsula de 
rejas, apresando al ser en su mera esencia de nunca 
terminarse.

Pero quién se sabría capaz de decir lo que es arriba y abajo 
si esa gota no tuviera dónde caer. Si tan solo se deslizara 
por una ruta invisible, en un presente eterno sin pasado ni 
futuro. Un camino directo hacia el Séptimo nivel de algún 
infierno literario.

Es por eso que el suelo existe y la gota también. Aunque 
sin embargo, en vano sería todo este palabrerío, todo esto 
de la tierra y la gota, que parece noción tan importante.
En vano sería el todo, si es que entre ese todo, no existe 
una mísera semilla, que en este instante, brilla por su 
estrepitosa ausencia.



  * * *   


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