>> jueves, 27 de agosto de 2009
* * *
Era como sentir el calor interno de un cuerpo cercano.
Como cuando abrís los ojos a la mitad de la madrugada
y te encontrás con que a no más de veinte centímetros
de vos, duerme un ángel de tonos sepia que respira
lentamente y te recuerda a un arruyo similar al de cien
gorriones volando. Lo idolatrás, lo sacralizas como un
tesoro azteca o esa bufanda roja tejida que usaba tu
abuelo. Y lo amás porque es un respiro eterno donde
cada partícula de oxígeno se transforma en huracanes
limpios atravesando los pulmones y cada conducto
dormido hasta llegar a esa nariz perfecta del ángel, y así
suicidarse en una muerte dulce contra las sábanas de
suicidarse en una muerte dulce contra las sábanas de
perfumes amarillos y matices cálidos.
Es absolutamente innecesario calificar al cuerpo cercano,
para mí es un ángel, para aquel que no cree en los ángeles
puede ser un enjendro imposible, y para vos puede ser
tan solo una mujer joven descansando después de un
día pesado. Es simplemente el calor de un cuerpo cercano.
Estar parado frente a la cornisa de un volcán sin la mínima
preocupación de caerse a su mar de fuego, y de espaldas.
Porque no es este un fuego que queme malévolamente,
o al menos eso parece, y qué más te importa.
Porque no es este un fuego que queme malévolamente,
o al menos eso parece, y qué más te importa.
Es un fuego tranquilo, de letargo puro, de golondrinas
a punto de salir volando hacia su nuevo e interminable
destino. Observar el desorden de la habitación y que no te
importe, o simple-mente observar los ojos cerrados del
ángel y disfrutarlo igual que una poesía fresca de
lunes por la mañana; mientras lees el diario y
revolvés el azúcar del té. Enamorarse sin apuros de
a punto de salir volando hacia su nuevo e interminable
destino. Observar el desorden de la habitación y que no te
importe, o simple-mente observar los ojos cerrados del
ángel y disfrutarlo igual que una poesía fresca de
lunes por la mañana; mientras lees el diario y
revolvés el azúcar del té. Enamorarse sin apuros de
los cabellos que no son dorados sino púrpuras y querer
hundir tus manos en él. Aunque no podés, porque el
ángel se despertaría y eso es lo que menos esperás.
Porque después de un día pesado, lo único que querés
es dormir un poco y soñar con un ángel que te acompaña
cada noche y que al amanecer, ni bien se despiertan los
álamos y los picaflores, te mira con una sonrisa de mares
y te dice despacito...
“Te amo. ¿El té lo querés de durazno o de manzanilla?”.
hundir tus manos en él. Aunque no podés, porque el
ángel se despertaría y eso es lo que menos esperás.
Porque después de un día pesado, lo único que querés
es dormir un poco y soñar con un ángel que te acompaña
cada noche y que al amanecer, ni bien se despiertan los
álamos y los picaflores, te mira con una sonrisa de mares
y te dice despacito...
“Te amo. ¿El té lo querés de durazno o de manzanilla?”.
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